Fue un día de llovizna, de esperas en la AFIP, de mucha bronca, de esperas tras esperas, uno de esos días que no pegas ninguna. Si no fuera por el paisaje y el clima… Hubiera estallado, hubiera habido golpes de puño sobre el mostrador, malos gestos, ¡Se creen dueños del tiempo de uno!, ¡Quiero pagar…! Y después dicen que no pagamos. Más si me voy, como otros tantos que cansados de la espera, juzgaron como imposible que semejante edificio tenga un solo empleado en la recepción.
En fin, me fui masticando la idea “algo muy argentino, el pensar que el tiempo no es oro”. Pensé “otro día, otra circunstancia”. Con esa certidumbre puse buena cara al tiempo, subí hacia la calle Gobernador Paz y estando en la rotonda, mientras la llovizna caía ya rala, saque unas fotos mientras reflexionaba “al menos unas imágenes”. Al ver algunas en la cámara, me sonreí de veras, juzgándolas lindas, como esa briza que insinuaba mal tiempo, como esa foto perdida en el tiempo de una nevada en Catamarca, cuando era muy pequeño. Apenas un copo de nieve en los años calurosos del norte Argentino.
Y así, me recordé que, a la manera de Ray Bradbury en su libro “El vino del estío”, siempre hay UNA BUENA en las simples cosas de la vida…
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